sábado, 19 de junio de 2010

La muerte de José Saramago


Hoy he desenterrado a Saramago. Estaba sobre mi mesa, traspapelado bajo una montaña de periódicos viejos, revistas y folletos varios; un cúmulo de papeles, cartas con datos pasados de fecha, recortes trasnochados y algún que otro libro.

Suelo conservar los artículos que han sido publicados en diarios o suplementos culturales de todo tipo por tiempo indefinido siempre que tengan para mí algún interés, por lo general, sobre temas literarios. Ayer, cuando me topé en Internet con la triste noticia de la muerte del premio Nobel de Literatura de 1998 José Saramago, sabía que estaba ahí. En alguna parte bajo ese totum revolutum de publicaciones impresas, reseñas literarias o notas de prensa.

Se trataba de una entrevista que apareció en El País, con fecha de 17 de octubre de 2009, cuyo enunciado rezaba la siguiente afirmación lapidaria del propio Saramago: “La muerte es la inventora de Dios”, a propósito de la publicación de ‘Caín’, su última novela editada por Alfaguara, y de su agnosticismo, como el manifestado en la novela ‘El Evangelio según Jesucristo’, con la que se granjeó una fuerte polémica sin precedentes en Portugal por “ofender a los católicos”.

En el citado artículo Saramago se lamentaba de que hubiera quien le negaba el derecho de hablar de Dios por no creer en él. A lo que el escritor a continuación apostillaba que “quería hablar de Dios por ser un problema que afecta a toda la humanidad”.

Ahora, al contrario de lo que ocurría en una de sus últimas novelas, ‘Las intermitencias de la muerte’ –en la que se envejece indefinidamente, sin que exista o se produzca la muerte–, con la suya se habrán despejado todas sus dudas, si es que en algún momento las tuvo. Mientras que a nosotros nos queda la triste certeza de su desaparición, pero también su magnífica obra y su gran humanidad, siempre com-prometida en contra de las injusticias sociales, los conflictos bélicos, el hambre o la pobreza.

Como a Lorca, lo busquemos o no, le encontraremos como hasta hoy y postreramente en todas las librerías y bibliotecas. De ese modo, una generación tras otra, su obra, su pensamiento y hasta su alma literaria permanecerán para siempre entre nosotros.

Gracias, maestro Saramago.


Enlace de interés

“La muerte es la inventora de Dios”, artículo de EL PAÍS.